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Quiero comenzar esta sección dedicada al Monasterio de Rioseco, con un testimonio lleno de emoción y recuerdos de Eva, una de las muchas personas que han acompañado a lo largo de los muchos años de historia, esos muros que hoy amenazan venirse abajo. Allí tiene su infancia, a su hermano fallecido a los pocos años, sus vivencias, ¿alguién no puede envidiar haber sido niño en la inmensidad del Monasterio de Rioseco todavía prácticamente intacto?

Que este relato ponga un granito más en el esfuerzo de hacer algo por el Monasterio de Rioseco.

Nací en Burgos pero toda mi infancia y juventud la he vivido en Rioseco.

Mis padres son de la zona, mi padre nacido en Casabal y mi madre criada desde bebé en San Martín del Rojo.

Quiero comentar que Rioseco se compone de siete barrios: San Cristóbal, El Toyo, Casabal, El Convento (Monasterio), Bailera, La Lechosa y Robledo (al otro lado del río ambos).

Mis padres se casaron en la iglesia del Monasterio y vivieron en su entorno hasta unos años después, que siendo yo muy pequeña nos pasamos a vivir al Convento, concretamente a la casa rectoral, tendría yo unos 7 años o menos.

Recuerdo mis vecinos de San Cristóbal, que había todavía bastantes: Máximo, Vicente, Eliseo, Nieves, Nazario, etc... que vivían con sus respectivas familias. Todos vivían de la labranza, sembraban sus fincas y hacían sus matanzas, sembraban sus huertas y recogían sus frutas. La vida era dura pero mis recuerdos son de gente muy amable y sana. Se ayudaban unos a otros.

Los domingos y festivos se reunían los vecinos de todos los barrios para ir a misa en la Iglesia del Monasterio. El sacerdote venía de Villalaín, se llamaba Don Pedro.

En las fiestas que se celebraban el 20 de Septiembre, traían a Pedro y Santiago, los dulzaineros de Valdenoceda, y hacían el baile en el barrio del Toyo.

El barrio del Convento era el más difícil para vivir, porque en él había muy difícil acceso. Poco a poco los vecinos se fueron marchando en busca de una vida mejor. Recuerdo a la familia Dasilva, a los Barcina y sobre todo a Luzdivina, la persona que más años ha vivido, ya que murió con más de 100 años.

Cuando el barrio del Monasterio se empezó a quedar solo, mis padres y yo nos fuimos a vivir a la casa de los curas, donde anteriormente había vivido la familia Dasilva. Nos fuimos en parte por cuidar el Monasterio y en parte por cuidar a Luzdivina. Esta era una señora muy mayor y vivía sola, estaba soltera y su familia no vivía cerca. Esta señora tenía una forma de vida muy humilde, estuvo muchos años sin luz eléctrica y se alumbraba con un candil de petróleo. Mis padres le ayudaban en lo que podían.

Mi padre trabajaba en la granja de La Lechosa y yo iba al colegio a Incinillas todos los días andando, comiendo siempre frío y en la calle. Mi madre me llevaba por la mañana, volvía a casa y llevaba la comida a mi padre. Por la tarde iba a buscarme a Incinillas. Dos años mas tarde decidieron que lo mejor para mí era llevarme interna a un colegio en Burgos. Allí estuve 6 años, en los cuales venía a casa en puentes y vacaciones. ¡Lo estaba deseando! Cuando venía a casa ayudaba a mi madre con los animales y la casa, porque a ella, por desgracia, siempre la recuerdo enferma.

En la casa no teníamos agua, había que ir a por ella a la fuente, no teníamos butano, había que hacer fuego todos los días del año para hacer la comida, y para hacer fuego teníamos que cortar la leña en el monte y bajarla en haces o al hombro, después había que partirla y guardarla. Todo ello con hacha o sierra de mano.

Teníamos luz a 125v, con una radio antigua que se oía a ratos, y más tarde un radiocasett, sin nevera ni ningún electrodoméstico, lavando la ropa en el pozo de la huerta.

Mi padre cuando venía de trabajar, seguía trabajando en casa, cortando leña en el monte, trabajando la tierra (sembrábamos tres huertas) o picando leña para guardarla en casa. O sea que descansar muy poco.

La Iglesia poco a poco la fueron desnudando, primero se llevaron los retablos y altares principales, siguieron por llevarse los Santos, las Vírgenes y Cruces. Lo bajaban envueltos en mantas, en carros de bueyes, y abajo, en la carretera sin asfaltar todavía, les esperaban tractores con remolques para llevar la “Mercancía” Dios sabe donde.

Recuerdo la Iglesia con unos cuadros grandes sobre las paredes. En los altares principales había unas bolas de tela aterciopelada rojas o fucsia, y dentro tenían cráneos de los frailes que antiguamente habían sido enterrados en el Monasterio. También recuerdo inscripciones en latín en los arcos y en la Iglesia, junto a unas lápidas talladas que cubrían los restos de abades y frailes importantes. Me llamaba mucho la atención la cruz del Cristo puesta en un lateral de la sacristía, pues me parecía muy grande y a mí me parecía que se me venía encima. En las paredes del cementerio, que por cierto, tengo enterrados a parte de mis tíos y abuela y una tumba muy pequeñita a la cual yo siempre cuidaba mucho, había escudos esculpidos en piedra, figuras de Reyes, Papas y abades también esculpidas en piedra, así como en la pared que rodeaba el Monasterio o “vivienda” de los frailes. Siento pensar que puede haber muchas casas, palacetes y chalets adornados con estas piezas tan bellas y trabajadas.

Así poco a poco, no sé mandado por quién o para quién, pero sin piedad, se fueron llevando todo de la Iglesia, no dejando tan siquiera la pila del agua bendita.

En el Monasterio o “vivienda” de los frailes, vivían los pastores de los rebaños. Ellos se llamaban Pepe y Eloy, ellos vivían, comían y dormían en la cocina y celdas de los frailes. Yo corría por todo el Monasterio y me divertía escondiéndome y jugando con los corderillos y cabritillos. Aunque la vida era dura yo era muy feliz, aproximadamente años 70 – 75.

Los fines de semana o festivos, siempre venía alguien a ver el Monasterio. Yo disfrutaba muchísimo enseñándoselo y explicando a mi manera cada cosa que preguntaban. La escalera de caracol, la torre, la escalera de los arcos, etc... ésta última tenía una inscripción en castellano que a mí siempre me impactó mucho. La inscripción decía así: “Día tremendo llegará para el comprador o vendedor de este Santo edificio sin antes no hacer penitencia.” Según el cura de entonces, Don Pedro, esto quería decir que la Justicia Divina castigaría a quien vendiera o se llevara algo del Monasterio si no era para ayudar a los demás. ¿Será verdad? Yo siempre enseñaba esa frase y la utilizaba para evitar que los visitantes les diera tentaciones de llevarse nada.

Con el paso de los años a Luzdivina la llevaron a la Residencia de ancianos de Medina de Pomar, donde murió después de haber conocido a mis hijos.

Mis padres se fueron haciendo mayores y la vida se les iba complicando cada vez más en la vivienda y en la forma de vida. La torre amenazaba con caerse y tapar así la entrada a la vivienda. Así que con mucha pena nos tuvimos que marchar a San Cristóbal de nuevo.

Poco después de irnos, empezaron los expolios de lo poco que quedaba, las misas negras, las profanaciones de tumbas y el deterioro de la Iglesia. También cayó la torre e impidió el paso por el portón del Monasterio.

Nosotros seguíamos yendo al Monasterio a atender la huerta y a vigilar un poco, pero ya no estábamos allí de seguido y la gente lo sabía.

Dos años mas tarde se quemó la casa donde vivíamos.

Haciendo una nueva intentona de recuperar por lo menos las ruinas junto con Miguel Angel Moral, párroco de Manzanedo, y campamentos de limpieza, estuve haciendo de guía durante algún tiempo pero sin dar resultado porque las subvenciones no fueron concedidas.

Mi mayor alegría sería conseguir que al menos sea un lugar respetado y querido por todos los que hemos vivido en la zona o dentro del Monasterio.

 

Esta es mi historia, bastante reducida, pero que detalla que no hace tantos años en Rioseco había una Iglesia, se decía misa todos los domingos, nacía gente, se casaba gente y moría gente que se enterraba en el cementerio de la Iglesia. Los últimos entierros que recuerdo fueron los de Vicente y Gertrudis.

Todos los momentos más felices los he vivido en el Monasterio, así como también los más tristes, pero si podría volver atrás, mi vida en el Monasterio sería igual o muy parecida. He crecido, he vivido, he reído, he llorado, mi niñez y mi juventud están en ese Monasterio que considero un poco mío. Está siempre en mi pensamiento y en mi corazón.

Mi deseo es que si alguien puede hacer algo, nos ayude a conseguir lo que se pueda.

El día que yo me muera, mis cenizas serán esparcidas en el MONASTERIO DE SANTA MARIA DE RIOSECO.

 

E.L.O.

 

DNI 13xxxxxxxW

46 años

 

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